Tasajos en el Quijote de Cervantes.


Capítulo XI, primera parte.

8.- De lo que sucedió a don Quijote con unos cabreros
Fue recogido de los cabreros con buen ánimo, y habiendo sancho lo mejor que pudo acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra, que hirviendo al fuego, en un caldero estaban; y aunque él quisiera en aquel mismo punto ver si estaban en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejo de hacer porque los cabreros los quitaron del fuego, y tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucho priesa su rústica mesa y convidaron a los dos, con muestra de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentándose a la redonda de las pieles seis de ellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero con groseras ceremonias rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto al revés le pusieron. Sentase don Quijote y quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de cuerno…
-Con todo eso, te has de sentar, porque a quien se humilla Dios le ensalza.
Y asiéndole por el brazo, le forzó a que junto a él se sentase.
No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar, y mirar a sus huéspedes, que con mucho donaire y gana embaulaban tasajo como el puño… [...]

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