Miercoles Imaginarios con el Profesor Xavier
DESPEDIDA, de Javier Llanos (inspirado en "El seductor", de Miguel Mihura).
NARRADORA.-
Un mañana cualquiera de abril del siglo XXI en una capital de provincias del
Suroeste Europeo. Una hombre sube
las escaleras de un bloque residencial. Impecablemente vestido, con americana,
camisa blanca, corbata y sombrero borsalino. Porta en una mano un paquete,
mientras con la otra se aferra al pasamanos; la edad y una fatal enfermedad
convierten, lo que un par de años atrás hubiera sido un ascenso sin
importancia, en un gran esfuerzo…
En uno de los pisos, llama al timbre. Abre la
puerta una mujer. Es joven, aunque hace varias décadas que dejó los juegos
infantiles. Aun sin maquillar y con el pelo recogido, muestra una belleza
singular. Viste suéter beige y pantalón nácar con cómodas manoletinas.
ELLA.- ¿Si?
EL.- Buenos días, le traía un paquete.
ELLA.- No esperaba nada.
EL.- Pues es para usted.
ELLA.- ¿Está seguro?
EL.- Si
ELLA.- Démelo entonces.
EL.- Por supuesto: es suyo.
ELLA.- ¿Debo firmar algún recibí?
EL.- No es preciso.
ELLA.- Es raro, no trae tarjeta, ni escrito alguno.
EL.- ¿Podría abrirlo y comprobar si el contenido es
de su agrado?
ELLA.- Si, claro, ¿cómo no?
NARRADORA.-
La mujer deposita el paquete sobre un aparador y tras romper el embalaje, abre
una bolsa de cartulina negro con grandes letras blancas y, dentro de ella, un
saquito de gasa que guarda en su interior un bolso de piel de color carmín.
ELLA.- ¡Ah! ¡Qué preciosidad!
EL.- ¿Era lo que esperaba?
ELLA.- No, la verdad es que no, no lo esperaba.
EL.- Pero… es de su agrado…
ELLA.- Por supuesto que es de mi agrado… Es un
bolso precioso.
EL.- Un Mulberry concretamente.
ELLA.- ¿Conocía usted el contenido?
EL.- Por supuesto, lo he encargado yo.
ELLA.- ¿Usted?
EL.- Si.
ELLA.- ¿Porqué? Si puede saberse.
EL.- Pensé que le gustaría y…
ELLA.- ¿Y…?
EL.- Le combinará estupendamente con los zapatos
que se compró ayer.
ELLA.- …
EL.- ¿No le parece?
ELLA.- ¿Eh? Si, si me parece… pero, ¿cómo sabe
usted que me he comprado unos zapatos?
EL.- Porque la observo continuamente. Admiro sus
pasos, su suave deambular por las calles, esa aparente seguridad en el trato
con extraños.
ELLA.- Me espía usted.
EL.- No exactamente, la
estudio.
ELLA.- Ahora si que me
deja de piedra.
EL.- Me permite que
pase… estoy algo cansado… Se lo puedo explicar… pero mejor sentado…
ELLA.- Si, pase, por
favor… Pero le advierto que en unos minutos llegará mi novio.
EL.- No me importa.
ELLA.- ¿No le importa?
EL.- Está acostumbrado a
verla en brazos de otros hombres, ¿cómo puede molestarle que yo venga a hacerle
un regalo?
ELLA.- Ahora entiendo el
regalo… Si lo que usted precisa es de mis servicios, podría haber llamado por
teléfono y acordado una cita…
EL.- No se equivoque, no
quiero nada de usted… nada físico, me refiero. Solo necesitaba estar frente a
usted para mostrarle mi admiración y decirle que es la mujer más extraordinaria
que he visto en mi vida.
ELLA.- … ¡Ah!.
EL.- No seré el primeo
que le diga que está usted estupenda, pero hay algo más, no es solo su
excepcional belleza, ni su elegancia natural, es más… es ese brillo aterrador
en sus ojos.
ELLA.- Vaya gracias… me acabará usted poniendo colorada.
EL.- Más bonita aún…
ELLA.- Gracias…
EL.- …
ELLA.- ¿De verdad no… quiere nada?
EL.- No, de verdad, prefiero mantener el ideal
generado en mi cabeza. Y ahora, si me permite, debo marcharme. Me esperan.
ELLA.- ¿Su mujer?
EL.- En cierto modo,
ELLA.- Lástima.
EL.-
Ha sido un placer.
ELLA.- Cuando usted quiera… puede volver a
visitarme.
EL.- No creo que la dama que me espera me deje ese
margen. Adios.
NARRADORA.-
La mujer se acerca y presiona suavemente con sus los labios los fríos labios
del hombre, que parece por momentos renovar el vigor… pero es otra falsa
ilusión.
Se despiden en silencio, con un
leve mueca de aprobación en el rostro de él y una lagrima aislada que mancha la
cara de ella, en la certeza de que
ese será su único encuentro.
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