Lección 4 del Profesor Xavier, sobre las nefastas consecuencias de la Pereza.


Domingos misceláneos con el Profesor Xavier

Prof. X.- Queridos alumnos y alumnas, amigas todas. Tras el obligado descanso de la pasada semana, un nuevo domingo vuelvo a ponerme delante de este micrófono para exponer pensamientos e ideas.
Hoy hablaré de las nefastas consecuencias de la Pereza, una actitud vital que de alguna u otra manera todos hemos padecido y que, desarrollamos más de lo deseable en fechas donde el calor y el ocio son  protagonistas.
 Como Pereza entendemos la falta de actividad, el tedio, astenia o negligencia en la labor, pero, yo también la relaciono con la falta de curiosidad, con la inapetencia continua en la adquisición de conocimientos, que conduce a una existencia vacua, similar a la de seres menos evolucionados.
Hoy os ofreceré un relato, que os puede servir de ejemplo para entender esto que os digo.
----------------------------

Prof. X.- Verano de mediados del último tercio del siglo XX, en alguna ínsula del mediterráneo occidental. Dos soldados, pertrechados con rifle y los jirones de lo que en su momento fuera un uniforme de camuflaje,  se mantienen firmes en sus puestos, en la oquedad de un enclave rocoso por el  que surge un manantial de agua.

MIGUEL.-  ¿Qué haces?

LEIVA.- Refrescarme la cabeza, el calor me impide pensar con claridad.

MIGUEL.- No pienses, no lleva a nada bueno.

LEIVA.- Hablas poco, pero cada vez que abres la boca es para dictar sentencia ¿Quién te dijo eso?

MIGUEL.- ¿Qué?

LEIVA.- Qué pensar no lleva a nada bueno.

MIGUEL.- No se, no recuerdo, ¿qué importa?

LEIVA.-  A mi me importa.

MIGUEL.- No me interesa recordar.

LEIVA.- ¡Ah! ¿Pero es que hay algo que te interese?

MIGUEL.- Oye… ¿por qué no nos rendimos?

MIGUEL.- ¡Eh! ¿Qué dices? Tenemos orden de sostener el bastión.

LEIVA.- Y la hemos cumplido, ¿verdad? ¿Durante cuánto tiempo?

MIGUEL.-  No se… Cuando me dan una orden, me limito a cumplirla…  Para un soldado el tiempo no existe.

LEIVA.- Yo llegué aquí con ¿17?, creo… y ahora debo tener cerca de la cincuentena.

MIGUEL.- ¿Eso que importa?

LEIVA.- Aún recuerdo la última tarta de mamá: montones de galletas bañadas en café  con leche, mantequilla azucarada y una deliciosa crema de moka.

MIGUEL.- No te dejes llevar por la nostalgia, aquí tenemos agua y todavía nos queda suficiente comida para aguantar varios años.

LEIVA.- Callos con garbanzos… otra vez.

MIGUEL.- ¿Y?

MIGUEL.- Desayuno, comida y cena.

MIGUEL.- Tuvimos suerte de que cayera aquí la baliza…

LEIVA.- ¿Suerte? Si el hambre nos hubiera azuzado hubiéramos avanzado posiciones, aunque esto supusiera nuestra muerte.

MIGUEL.- No te quejes, sigues vivo.

LEIVA.- ¿No te cansas de comer siempre lo mismo?

MIGUEL.- Mis aspiraciones son simples.

LEIVA.- No hace falta que lo digas….

MIGUEL.- ¡Calla!

LEIVA.- ¿Qué pasa?

MIGUEL.- ¿No oyes? Se acerca un carro blindado. ¡Cúbrete!

Prof. X.-  Un pequeño coche se acerca. Tras sortear varios peñascos… aparca en un llano. Al momento, se aprecian movimientos en su interior.

MIGUEL.- ¿Qué hacemos?

LEIVA.- Qué extraño artilugio, ¿no?

MIGUEL.- Será un modelo avanzado de carro de combate.

LEIVA.- ¿Tú crees? ¿Tan pequeño y con ese color?

MIGUEL.- ¡Quedémonos aquí quietos hasta que decida marcharse!.

LEIVA.- Tu haz lo que quieras, yo voy a rendirme…

MIGUEL.- ¿Desertas?

LEIVA.- No, despierto.

Prof. X- El soldado, enarbolando su sucio calzón a modo de  bandera blanca, se dirige al coche. Golpea ligeramente. Como no recibe respuesta, dirige su mirada al interior… Piernas entrelazadas despiertan su dormida líbido.

MARÍA.- ¡Ah, socorro!

LEIVA.- Perdone, no quería molestar…

JOAQUÍN.- Pues lo has hecho chalao, que estas chalao… ¡Espera que me suba los pantalones y salga, se te van a quitar las ganas de ir mirando!

MARÍA.- Quédate aquí Joaqui, ¿no ves que va armado?

LEIVA.- Les entrego mi rifle como símbolo de rendición.

JOAQUÍN.- ¿Qué rendición ni que leches? Te vas a llevar una buena como no salgas de aquí pitando.

LEIVA.- Me acojo a mi derecho humanitario como prisionero de guerra.

MARÍA.- ¿Ves?, No te bajes, que está loco…

LEIVA.- ¿ustedes son el enemigo, no? Es que nunca había visto uno de cerca

JOAQUÍN.- Bu… se la está ganando.

MARÍA.- ¡Joaqui, quédate tranquilo… ¡ Que yo creo que el pobre está mal, pero que no hace daño  a nadie… A ver, ¿de dónde sale usted? ¿Se ha escapado de alguna residencia psiquiátrica?

LEIVA.- No. Llevo con mi compañero ahí más de 30 años… esperando que nos levanten la orden de defender este manantial.

MARÍA.- Pero la guerra acabó hace más de 25 años…

LEVIA.- ¿La guerra acabó?

MARÍA.- Sí.

LEVIA.- Y ¿por qué nadie vino a decirnos nada?

JOAQUÍN.- Pero hombre de Dios, ¿no se enteraron por la radio?

LEVIA.- Se acabó la batería a los pocos días…  Nos guarecimos en la oquedad esperando a que llegara el enemigo…  ¿puedo hacerle una pregunta?

MARÍA.- Sí, por favor, las que quiera.

LEIVA.- ¿Quién ganó la guerra? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario