Domingos misceláneos con el Profesor Xavier
Prof. X.- Queridos
alumnos y alumnas, amigas todas. Tras el obligado descanso de la pasada semana,
un nuevo domingo vuelvo a ponerme delante de este micrófono para exponer
pensamientos e ideas.
Hoy hablaré de las nefastas consecuencias de la
Pereza, una actitud vital que de alguna u otra manera todos hemos padecido y
que, desarrollamos más de lo deseable en fechas donde el calor y el ocio
son protagonistas.
Como Pereza entendemos la falta de
actividad, el tedio, astenia o negligencia en la labor, pero, yo también la
relaciono con la falta de curiosidad, con la inapetencia continua en la
adquisición de conocimientos, que conduce a una existencia vacua, similar a la
de seres menos evolucionados.
Hoy os ofreceré un
relato, que os puede servir de ejemplo para entender esto que os digo.
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Prof. X.- Verano de mediados del último tercio del siglo XX, en alguna ínsula del
mediterráneo occidental. Dos soldados, pertrechados con rifle y los jirones de
lo que en su momento fuera un uniforme de camuflaje, se mantienen firmes en sus puestos, en la oquedad de un
enclave rocoso por el que surge un
manantial de agua.
LEIVA.- Refrescarme
la cabeza, el calor me impide pensar con claridad.
MIGUEL.- No pienses,
no lleva a nada bueno.
LEIVA.- Hablas poco,
pero cada vez que abres la boca es para dictar sentencia ¿Quién te dijo eso?
LEIVA.- Qué pensar
no lleva a nada bueno.
MIGUEL.- No se, no
recuerdo, ¿qué importa?
MIGUEL.- No me
interesa recordar.
LEIVA.- ¡Ah! ¿Pero
es que hay algo que te interese?
MIGUEL.- Oye… ¿por
qué no nos rendimos?
MIGUEL.- ¡Eh! ¿Qué
dices? Tenemos orden de sostener el bastión.
LEIVA.- Y la hemos
cumplido, ¿verdad? ¿Durante cuánto tiempo?
MIGUEL.- No se… Cuando me dan una orden, me
limito a cumplirla… Para un
soldado el tiempo no existe.
LEIVA.- Yo llegué
aquí con ¿17?, creo… y ahora debo tener cerca de la cincuentena.
MIGUEL.- ¿Eso que
importa?
LEIVA.- Aún recuerdo
la última tarta de mamá: montones de galletas bañadas en café con leche, mantequilla azucarada y una
deliciosa crema de moka.
MIGUEL.- No te dejes
llevar por la nostalgia, aquí tenemos agua y todavía nos queda suficiente
comida para aguantar varios años.
LEIVA.- Callos con
garbanzos… otra vez.
MIGUEL.- Desayuno,
comida y cena.
MIGUEL.- Tuvimos
suerte de que cayera aquí la baliza…
LEIVA.- ¿Suerte? Si
el hambre nos hubiera azuzado hubiéramos avanzado posiciones, aunque esto
supusiera nuestra muerte.
MIGUEL.- No te
quejes, sigues vivo.
LEIVA.- ¿No te
cansas de comer siempre lo mismo?
MIGUEL.- Mis
aspiraciones son simples.
LEIVA.- No hace
falta que lo digas….
MIGUEL.- ¿No oyes?
Se acerca un carro blindado. ¡Cúbrete!
Prof. X.- Un pequeño coche se acerca. Tras sortear varios peñascos… aparca en un llano.
Al momento, se aprecian movimientos en su interior.
LEIVA.- Qué extraño
artilugio, ¿no?
MIGUEL.- Será un
modelo avanzado de carro de combate.
LEIVA.- ¿Tú crees?
¿Tan pequeño y con ese color?
MIGUEL.- ¡Quedémonos
aquí quietos hasta que decida marcharse!.
LEIVA.- Tu haz lo
que quieras, yo voy a rendirme…
Prof. X-
El soldado, enarbolando su sucio calzón a modo de bandera blanca, se dirige al coche. Golpea ligeramente. Como
no recibe respuesta, dirige su mirada al interior… Piernas entrelazadas
despiertan su dormida líbido.
LEIVA.- Perdone, no
quería molestar…
JOAQUÍN.- Pues lo has hecho chalao, que estas chalao… ¡Espera que me suba los pantalones y salga, se
te van a quitar las ganas de ir mirando!
MARÍA.- Quédate aquí
Joaqui, ¿no ves que va armado?
LEIVA.- Les entrego
mi rifle como símbolo de rendición.
JOAQUÍN.- ¿Qué
rendición ni que leches? Te vas a llevar una buena como no salgas de aquí
pitando.
LEIVA.- Me acojo a
mi derecho humanitario como prisionero de guerra.
MARÍA.- ¿Ves?, No te
bajes, que está loco…
LEIVA.- ¿ustedes son
el enemigo, no? Es que nunca había visto uno de cerca
JOAQUÍN.- Bu… se la
está ganando.
MARÍA.- ¡Joaqui,
quédate tranquilo… ¡ Que yo creo que el pobre está mal, pero que no hace
daño a nadie… A ver, ¿de dónde
sale usted? ¿Se ha escapado de alguna residencia psiquiátrica?
LEIVA.- No. Llevo
con mi compañero ahí más de 30 años… esperando que nos levanten la orden de
defender este manantial.
MARÍA.- Pero la
guerra acabó hace más de 25 años…
LEVIA.- ¿La guerra
acabó?
LEVIA.- Y ¿por qué
nadie vino a decirnos nada?
JOAQUÍN.- Pero
hombre de Dios, ¿no se enteraron por la radio?
LEVIA.- Se acabó la
batería a los pocos días… Nos
guarecimos en la oquedad esperando a que llegara el enemigo… ¿puedo hacerle una pregunta?
MARÍA.- Sí, por
favor, las que quiera.
LEIVA.- ¿Quién ganó
la guerra?